EL BUCLE
Rebusco y rebusco en mi interior, intentando encontrar
las palabras que la convenzan definitivamente. Me desespero. Desearía tener la
facilidad de palabra de un gran escritor, la oratoria de un líder, para acabar
esta discusión, para lograr que se rindiera ante la evidencia de mi amor.
Y de pronto intuyo otro matiz. Comprendo su intención. Me
queda claro como una gran revelación:
—Me estás probando. Esa es la mejor evidencia de que te
quiero.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que si no te quisiera, si no te amara con
tal profundidad que jamás hallaras el fondo, no intentaría responder a cada una
de las preguntas que me haces.
—¿O quizás me respondes porque ya no sabes dar marcha
atrás. Porque tú mismo te has encerrado en un bucle del que no sabes salir.
—¿Crees que tengo miedo? ¿crees que no sería capaz de
decirte que no te quiero?
—No sé de qué serías capaz y de qué no.
—No, no tengo miedo porque es tal el calado de mi amor
por ti que no cejaré en probártelo día a día. No hay posibilidad de decirte que
no te quiero
—Es lo que tú dices...
Esas pausas me exasperan. Esa frase inconclusa que te
empuja a dar una respuesta que no encuentras, que siembra la desconfianza en
tus convicciones, en tus seguridades. Pero siempre están ahí. Nunca dejo de
convivir con esas malditas pausas.
Opto por callar. La miro. La quiero. La amo. Me levanto.
Me mira.
—¿A dónde vas?
No contesto. Salgo de la cafetería. Reluce el sol. Ando
unos pasos. Ella permanece impasible. Un paso más otro, y otro.
No se como acabo de nuevo sentado frente a ella.
—Te quiero.
Sonríe. Me mira.
—Yo también te quiero.
—¿Ya estás segura de que te quiero?
—No. Solo puedo estar segura de mis sentimientos. No soy
tú. Pero tampoco quiero estarlo.
—¿Cómo?
—Si estuviera totalmente segura de que me quieres quizás
tendría lo que no quiero.
—No te entiendo.
—Si sintieras que tu amor hacia mí fuera totalmente
infalible quizás dejarías de luchar por demostrármelo. No me regalarías rosas
los domingos. No me acariciarías por las noches mientras nos dormimos junto al
televisor. No me cuidarías cuando estoy deprimida. No me traerías al mundo
todas las mañanas con un beso dulce, ni me transportarías de la misma manera al
reino Morfeo por las noches. Amo tu inseguridad, porque es la causa de mi
felicidad.
La vuelvo a mirar mientras le acaricio la mano.
© Javier Gómez Esteban
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